miércoles, 1 de febrero de 2012

Capitulo 27.


Habían pasado ya dos meses desde que me había ido a vivir al pueblo, con mi abuela.


Me fui sin avisar a nadie, solo a la directora del instituto, que ya se encargaría de transmitir la noticia a mis compañeros, y luego ya iría de boca en boca. Como Álvaro, también todo el barrio se enteraría de su accidente.


Y así fue. A las dos semanas de marcharme, me llamó Pablo, preguntando por Álvaro, si me había enterado de lo ocurrido.

-¿Si lo sé?-dije irónicamente.- Fue mi culpa. Y la tuya, en parte.
-¿Mi culpa? ¿Yo? ¿Qué narices dices?
-Si. ¿Para que le dices nada? El no hubiera ido a pegarte por vacilar, yo no hubiera ido a hablar con el, no habríamos discutido, y ... Bueno, y ahora estaría vivo.
-¿Te estás oyendo Paula? Avísame cuando madures, y te das cuenta que hay gente que hace cosas por ti. Y cuando decidas dejar de ser ta cruel como para acusar a una persona, de algo tan grave como la muerte de otra.

También dejé de hablarme con Laia. Me llamó para dar su opinión sobre la llamada con Pablo y discutimos. Ya no habíamos hablado más.


Dos meses después iba a volver a pasar el fin de semana en el barrio, para recoger unas pocas cosas más y para ver a Rocío. La echaba de menos.


Llegué a casa. Mi habitación seguía tal y como estaba cuando la dejé, la cama por hacer y los posters que al final había decidido no llevarme, seguían colgados en la pared.

Pasé toda la mañana con mi hermana y mi madre, y a las cuatro llamé a Rocío.

-Estoy ya aquí, quedamos hoy ¿no? Tengo ganas de verte.
-Pues claro. ¿La hora de siempre?
-Si. Cuatro en punto en mi portería.
-Hasta ahora.

Llegó Rocío. Me preguntó que si quería que nos quedáramos por el barrio o prefería irme fuera, para no ver a nadie. Me negué, me apetecía ver si el barrio había cambiado algo en los dos últimos meses. Dos meses. Cuanto puede llegar a cambiar la vida de varias personas en dos meses.

Fuimos camino a la plaza central. En esa plaza pasaba yo todas las tardes desde que tenía 13 años.

Acompañé a Rocío al gran kiosko de la plaza. La señora del kiosko era como el alma de nuestro barrio. No había persona que no la conociera y no la respetara.

Luego nos sentamos en un banco.
Por delante nuestro pasó un grupo de chicos, distinguí a Mónica entre ellos, y ella pareció reconocerme a mi.

-¿Pau? ¿Eres tú?
-Si. Hola.
-Que delgada estás.

Lo cierto es, que desde que vivía con mi abuela apenas comía. No porque ella cocinara mal, si no que, simplemente no me apetecía.

-¿Que tal todo? Desapareciste de golpe.
-Muy bien. Me fui a vivir al pueblo.
-Que pena. ¿Porqué?

Agaché la cabeza. Álvaro volvió a mi memoria. Bueno, a decir verdad, nunca se marchaba de ella.

-Entonces lo sabes...-dijo.
-Si... Fui la primera en saberlo.
-Los rumores son verdad pues...
-¿Que rumores?
-No importa.
-¿Y como está Eric, sabes algo de él?
-No. O esta con la moto de arriba a abajo o esta de juzgado en juzgado. No tiene tiempo para sus amigos de antes. Ni para sus padres.
-¿Tanto ha cambiado?
-La vida de las personas puede cambiar en cuestión de segundos, Paula.

A mi me lo iba a contar.

-Mónica, ¿vamos?- dijo Fran, viniendo hacia nosotras.-Hola Paula.-dijo luego.
-Si, vamos. Ya nos veremos Pau.-dijo despidiéndose con dos besos.
-Cuando vuelva.

Continué hablando con Rocío que estaba sentada en el banco, y que se había quedado muy sorprendida de que yo me hablara con Mónica y Fran. Ella no sabía nada de lo de Álvaro, ni de Eric, ni de nadie. Ella no sabía nada de los últimos tres meses en mi vida.

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